27 diciembre 2007

VACACIONES

Último examen del año. Vacaciones. Libertad. ¡Qué sensación tan increíble!

Claro, eso era antes. En el colegio o en la universidad. Con varios meses de vacaciones y sin ninguna responsabilidad (¡cómo odiaba cuando mis papás me decían eso y cuánta razón tenían!) las vacaciones eran como un trozo de paraíso en la tierra. Hay pocas cosas más agradables que saberse merecedor de un largo descanso; tan largo que hay que tratar de rellenar las horas con algo.

Ahora todo es distinto. Casado y trabajando creo que hay pocas cosas más estresantes que las vacaciones. Cuando sólo se tienen tres semanas al año, ¡no puedes equivocarte! ¿Qué pasaría si fueran tres semanas horribles? ¿Si todo sale mal? Uf... qué pesadilla.

El tema es que me imagino que las cosas empeoran después. Hoy tengo sólo tres semanas, pero puedo irme donde quiera (o donde me alcance) con mi señora. En pocos años más los niños seguramente lo impedirán y tendré que partir con baldes, rastrillos y chupetes a Santo Domingo o Zapallar acompañados, era que no, de mis papás o de mis suegros (tough decision).

En fin, estamos terminando el año y tengo que decidir qué hacer. ¿Brasil? ¿Sur de Chile? ¿Costa Rica? Me siento como en un supermercado gringo: Hay tantas marcas de cualquier cosa que elegir qué comprar es un ejercicio de alto estudio y stress. Con los viajes es lo mismo: Hay miles de países, con miles de ciudades, con miles de barrios y hoteles y restaurantes y museos y playas y todo. ¿Adónde ir? No soy capaz de decidirme, y la Negra ya me advirtió que ella no va a volver a hacer lo de la Luna de Miel: Tomar las riendas del asunto y decidir.

Sólo espero zafar de los Zapallares y Santo Domingos, al menos por ahora en que puedo prescindir de palas, rastrillos y chupetes.

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