30 enero 2008

PACO

Siento una pena rara. No es pena pena, pero algo de eso hay. En este momento, mientras escribo estas palabras, el Paco, nuestro perro de toda la vida, está siendo sacrificado.

El Paco llegó en 1993, cuando mi hermana estaba aprendiendo a caminar. El perro anterior, otro pastor alemán llamado Goliat, era demasiado bravo y mis papás tenían miedo de que matara a la Ignacia que en ese momento tenía un año. Así, el Paco llegó cachorro y creció junto a ella.

Debo decir que el Paco fue un perro excepcional, de excelente carácter. Siempre obediente, manso, fiel. Va a ser difícil tener tanta suerte de encontrar otro pastor alemán así.

Hace unos meses el Paco empezó a deteriorarse mucho. Le costaba demasiado moverse hasta que hace dos días se echó en el estacionamiento de la casa y no pudieron moverlo más. Me dijeron que come todavía, pero ya no es capaz de pararse. Casi 15 años es demasiada edad para un perro.

Mi hermana chica se va a querer morir cuando sepa. En este momento está con mi mamá en Santo Domingo y no le van a contar hasta que el hecho esté consumado. Según mi mamá, no hay que darle tanta relevancia a la noticia: Si bien es muy querido, el Paco es un perro y no corresponde generar un drama de todo esto. Mi mamá quiere que la Ignacia entienda bien la diferencia entre animal y persona para que no se le ocurra tener gatos en vez de hijos cuando se case, fenómeno tan común (y cercano a nuestra familia) hoy en día.

No se si la frase es teológicamente correcta pero, en fin... Paco, descansa en paz.